VIDAS
Emiliano dejo la nada para iniciar su ruta terrenal luego de
una fiesta espectacular que los Cortejarena habían realizado para para
presentar su nueva casa en el Country Las gaviotas.
Es cierto Anabel y su marido estaban un poco más que alegres
cuando cayeron enredados en la alfombra del living e hicieron el amor sin tomar
precauciones.
Emiliano pasó entonces a ser un óvulo fecundado, que se
implantó en el útero de su madre y comenzó a desarrollarse. Mórula, gástrula,
blástula, etc, etc.
La discusión fue importante y prolongada. Ella que pretendía
llevar adelante, aunque con muchos temores, el inconveniente y él que se oponía
empecinadamente explicando los mil y un motivos por los que era mucho mejor
planificar un aborto.
No es que ella no lo pensó, pero el temor fue más fuerte que
la razón y como era de prever todo siguió su camino de manera que llegó un
momento en que no quedó otra alternativa.
Nació Emiliano en una
alegría simulada, recibió cientos de regalos, tan valiosos como inútiles, e inmediatamente
fue a parar a los brazos de la niñera que había presentado el mejor currículum.
El padre de Emi era un empresario de alto vuelo, que
manejaba muchísimo dinero, y como consecuencia permanentemente se encontraba
rodeado de una cohorte de damiselas ávidas de obtener el premio que sus favores
merecían.
Siempre hay una más hábil que las otras, y esa se lo llevó,
El divorcio fue silencioso y discreto. Cada uno por su lado,
económicamente felices y el pequeño nunca más volvió a saber nada de su padre biológico,
hasta mucho tiempo después.
Tampoco supo demasiado de su madre, quien preocupada por
mantenerse joven y deseable pasaba su tiempo haciendo Pilates, gimnasio,
actividades de todo tipo con su personal training y el resto del tiempo en
reuniones con sus amigas, compitiendo por la última marca de ropa, cartera, bisutería,
o cualquier otra cosa que se cruzara por el camino.
Creció en un medio en el que no le faltó nada. Desde pequeño
concurrió a una escuela privada bilingüe, con lo que ocupaba la mayor parte de
su tiempo. El resto lo repartía con las múltiples consolas para video juegos.
Aquí un llamadito aparte, porque en sus juegos “on line”, entró en contacto con
otros iguales (o no) a él, de distintas partes del mundo, formando comunidades
que, a veces, lo contenían más que todos aquellos que lo rodeaban.
Y, de lo contrario descargaba su energía en la práctica de
deportes, como correspondía a un chico/joven de su clase. Si bien tenía un carácter
retraído a veces lo invadía un sentimiento de rabia, (posiblemente mejor
expresado de enojo) y eso lo hacía tan competitivo que llegó a distinguirse en
varias especialidades: esgrima, lucha, tenis y la única actividad colectiva que
practicaba: rugbi.
A pesar de los intentos, en particular de las jovencitas que
veían en él un muy buen partido (Debo decir que era bien parecido, casi podría
agregar desde mi punto de vista que tenía una belleza masculina que llamaba la
atención), no participaba de las reuniones normales de los chicos de su edad y
eran muy pocos los que podían llamarse sus amigos.
Su paso universitario fue brillante. Se recibió de
licenciado en leyes en un tiempo record y con medalla de honor. Se fue haciendo
hombre y adquirió una personalidad arrolladora, absolutamente distinta a la de
su adolescencia.
Se volvió social, conversador, con una simpatía sin límites.
Un individuo que irradiaba poder.
Fue en ese momento cuando conoció a Jimena.
Jimena era simple y dulce como podrías imaginarlo.
Inteligente, rápida. Sagaz y divertida. Y para más bonita. ¿Qué digo? Hermosa.
Con unos rasgos delicados en donde todo armonizaba con una perfección
admirable.
Se enamoró perdidamente de ella.
Y no le costó convencerla. Coincidían en tantas cosas, encajaban
el uno en el otro como las piezas de un rompecabezas, que su unión fue casi un
hecho natural.
Emiliano había iniciado una empresa que, con sus
conocimientos de leyes y sus relaciones, que alimentaba día a día, le habían ido haciendo crecer de una
manera vertiginosa. Lo único que le había quedado de su padre biológico era la
transmisión genética de una capacidad empresarial envidiable.
La idea era ir minando progresivamente las empresas de
cualquier tipo hasta prácticamente destruirlas, comprarlas por muy poco, y
absorber el paquete de clientes con absoluta libertad. Mucha gente quedaba en
la calle, pero eso era lo que había aprendido, en los videos juegos, en el
deporte, en la vida. Para que unos ganen otros deben perder. El mundo es de los
más aptos.
Se casó con Jimena en la iglesia del Sagrado Socorro. El
mismo obispo realizó la misa de esponsales. No quiso padrinos. Fue muy original
ver entrar a la novia del brazo de un amigo de Emiliano, nada más que hasta
entregarla y después solamente los dos.
Esa mañana, antes del casamiento, estuvo trabajando. Ya
tenían una firma en el bolsillo y solo faltaba el zarpazo final. Emi se reunió
con su directorio y dio las órdenes para que finiquitaran la cosa. Uno de sus
más allegados antes de que firmaran lo llamó aparte para tener una charla
confidencial. Sencillamente le explicó que la empresa que iban a destruir era
la de su padre biológico. El trabajo había sido demoledor y el hombre había
perdido toda su fortuna tratando de salvarse, pero había sido en vano. Emiliano
simplemente lo miró, dio media vuelta y dirigiéndose de nuevo al salón del
directorio exclamó: busines are busines…
La fiesta se realizó en una mansión que había sido de gente
muy poderosa pero que venida a menos no le había quedado más remedio que transformar
su orgulloso palacio en un salón para fiestas. Precisamente esta era su
inauguración como tal.
Concurrieron todos los poderosos de moda y hasta recibió un
mensaje desde las más altas esferas del gobierno deseándole felicidad y
prosperidad para su futura vida, lo que Emi festejó con una sonora carcajada.
Estaba sentado bebiendo champaña con un grupo de allegados
cuando alguien se le acerca y al oído le comenta que habían encontrado a su
padre, al arruinado empresario, en su despacho con un tiro en el pecho. Se
había suicidado.
Emi miró al informante y sin decir una palabra se encogió de
hombros. Se levanto tranquilamente y fue a buscar a su flamante y radiante
esposa para invitarla a bailar.
No sé por qué razón los entierros deben realizarse bajo una
fina llovizna. Pero en Buenos Aires y en invierno no es nada difícil. Mientras
esto se llevaba a cabo los recién casados paseaban su felicidad por el sol
veraniego de la costa azul. Y puedo asegurar que fue azar puro.
Trabajaba de la mañana a la noche. El ojo del amo engorda al
ganado, era su lema. Controlaba personalmente cada una de las operaciones
asegurándose que la caída de la víctima fuera irremisible, que no existiera
escapatoria posible.
Ese día se levantó contento, había decidido darle una sorpresa a su señora. Desde hacía tiempo
que ella le comentaba lo que le gustaba cierto tipo de auto y había hecho los
contactos para conseguirle uno. Había tocado ciertas influencias y el vehículo,
netamente de importación, y de muy difícil adquisición ya estaba en el
concesionario.
Tenía una alegría infantil. Pensaba en la sorpresa que iba a
representar para su adorada Jimena. Ya la imaginaba saltando y abrazándolo
agradecida por un presente que si bien merecía ni remotamente podía pasar por
su mente el tenerlo ya.
La idea era llevarla a la agencia y un vez allí mostrarle el
auto y decirle que era de ella. Había suspendido sus actividades de ese día
preparando meticulosamente cada detalle.
Manejó con prisa tratando de acortar el tiempo, buscando
llegar cuanto antes. El edificio era uno de los más cotizados de la zona norte
y ellos ocupaban la totalidad del quinto piso.
Apunto y se sumergió vertiginosamente en la zona de las
cocheras, giró a la izquierda, luego a la derecha y encaró hacia el espacio que
le correspondía. Debió frenar bruscamente para no embestir al vehículo
estacionado en el lugar. Retrocedió sorprendido. Pensó que con el entusiasmo se
había confundido. Leyó con detenimiento los números, conto prolijamente, de
atrás para adelante y a la inversa, pero no había dudas. Alguien había ocupado
su lugar de estacionamiento.
Se bajó del vehículo pensando en que el portero aprovechando
su ausencia le permitía estacionar a alguno que le había dado una propina.
Caminó ofuscado para hacer el reclamo cuando algo comenzó a latir dentro de su
entrenado cerebro. Se detuvo. Meditó un instante. Una expresión fría,
indefinida lo había invadido transformándolo en el Emiliano de la adolescencia.
Buscó un rincón donde su auto pasara desapercibido, y caminó
lenta y silenciosamente hacia la puerta trasera. Abrió tratando de no realizar
ningún ruido y se deslizó por la escalera posterior del edificio.
Subió los cinco pisos parsimoniosamente. No había ningún signo
que denotara emoción. Entró por la puerta de la servidumbre y entreabrió la que
daba al comedor principal.
Desde allí escucho los gemidos sensuales de Jimena. También
pudo oír con nitidez el jadeo masculino.
Se acercó lentamente hasta observar la escena con cierta
comodidad.
El bello cuerpo, increíblemente hermoso, de su esposa se
movía espasmódicamente susurrando frases de estímulo mientras su compañero se
esforzaba por hacerla gozar engarzados el
uno con el otro en un movimiento continuo.
Cada gemido, cada suspiro lo abofeteaba y la primera
intención fue abalanzarse sobre ellos como el toro embravecido arremete contra
la capa del torero. Esa imagen lo hizo recapacitar. El toro, al final siempre
muere, y el torero sale airoso, llevándose una victoria inmerecida.
La mente fría del empresario cruel, del ave de rapiña,
predominó y rápidamente tomó el control de la situación.
Buscó un lugar desde donde pudiendo ver con claridad la
escena no consiguieran descubrirlo y se dispuso a presenciar el espectáculo.
Pudo distinguir entre las exclamaciones amorosas cortas del
placer y los estertores finales de un buen orgasmo. Escucho detenidamente el
gruñido del animal salvaje que cumplía con su función fisiológica con
vehemencia, con la vehemencia requerida por la hembra en celo.
Vio cuando luego de descansar un rato amorosamente
entrelazados decidieron que ya era la hora de despedirse. Y comprobó que el
“hasta mañana” marcaba un hecho no fortuito sino habitual, cotidiano.
Volvió por donde había llegado. Del aturdimiento inicial
había pasado a la frialdad que siempre lo había caracterizado. Esperó que el
otro auto se retirara y lentamente condujo hacia sus oficinas. Cuando llegó
estaba anocheciendo y el personal comenzaba a abandonar su sitio de trabajo.
Entró sorprendiendo al custodio que no acostumbraba a verlo
tan tarde y se dirigió directamente a su oficina. La secretaria estaba
ordenando los últimos papeles y le preguntó si la necesitaba. Le dijo que no.
Se sentó en la computadora, se sirvió un Wiski (El en realidad nunca tomaba, lo
tenía para los invitados, pero esa noche sentía que le hacía falta) y se
concentró en lo que había venido a hacer.
Había tomado el número de matrícula del auto del intruso y
fácilmente lo localizó, nombre, apellido, profesión, etc. Tipeó nuevamente y
aparecieron muchos más detalles de la persona buscada. Ni un musculo de su cara
denotaba sus emociones.
Gravó los datos obtenidos en un pendrive y luego,
meticulosamente borró el historial de búsquedas de su PC.
Volvió a su casa como si nada hubiera pasado. Su mujer lo
esperaba como siempre, radiante, perfecta. La mesa tendida de manera impecable
y la robe y las pantuflas prestas para los pies cansados de todo un día de
actividad… de todo un día fuera de casa.
Sin embargo esta vez tenía una sorpresa. Cuando ella se
colgó amorosa del cuello de su marido, siguiendo el ritual que repetía noche a
noche, el sacó en un ademan casi casual
una botella del mejor borgoña.
Ella lo miró sorprendida. Pero si él nunca tomaba. Siempre
había sido muy lapidario al respecto. El alcohol afloja la lengua y en nuestro
negocio eso puede ser extremadamente peligroso. Sin embargo Emiliano con una
sonrisa sirvió dos copas y extendiéndole una la arrasó delicadamente hacia el
balcón. Ella no comprendía pero se dejó llevar.
Miró las luces de la ciudad y luego bajó la mirada hacia la
entrada del edificio. Lo vio pero dudó por un instante. Cuando se dio vuelta él
la esperaba con el brazo extendido y en su mano las llaves de un vehículo que
no ofrecían dudas.
No dijo una palabra. Tomo las llaves que se le ofrecían y
corrió hacia la salida. No pudo esperar la llegada del ascensor y se lanzó por
la escalera vertiginosamente.
Frente al auto no sabía qué hacer. Él llegó, abrió la puerta
del conductor y con un gentil ademan le indicó que se sentara.
Bien, llévame a da una vuelta. Y ella en el máximo de
felicidad hizo rugir el motor. Por un instante el rostro de Emiliano cambió. El
sonido del potente motor le recordó el ímpetu de su amada mujer en otra
situación.
La felicidad de Jimena era indescriptible. Nunca terminaba
de agradecer.
Volvieron al departamento y bebieron como nunca lo habían
hecho. Enardecidos se fueron a la habitación y allí hicieron el amor casi con
furia. Ella desplegó al máximo su voluptuosidad y el descargó la rabia
contenida. Eyaculó con odio. Todo el furor acumulado se expresó en ese simple
acto fisiológico y luego se derrumbó. Ella se extendió relajadamente. Sus
pechos sonrosados se movían armónicamente a medida que iba recuperando la
respiración.
Abrazó amorosamente a su marido y se durmió profundamente.
La mezcla de alcohol y sexo le habían proporcionado el relax de una noche
inolvidable.
El se desembarazó de ella suavemente, se levantó
calladamente y fue a sentarse en un rincón de la habitación desde donde la
observó un buen rato sin hacer ni un solo gesto.
Después fue hasta el baño, buscó algo en el botiquín, volvió
al cuarto y se durmió serenamente al lado de su mujer.
Durmieron casi hasta el mediodía y permanecieron en la cama
aún un buen tiempo más. No tenían idea de la hora que era cuando sonó el
celular de Jimena.
Nerviosa se levantó y rápidamente atendió. Simplemente dijo
que no le hacia falta y que por hoy no. Y cortó inmediatamente. Se justificó
diciendo que había llamado alguien que solía traerle algunos encargos que frecuentemente
hacía al restaurant pero esa noche no tenía necesidad porque tenía ganas de cenar
afuera y, por supuesto los planes habían cambiado.
Pasaron un tiempo más en la cama y luego cada uno se fue a
duchar. Mientras él se distendía bajo el agua ella aprovechó para hacer un
llamado con el celular y hablando muy bajo se disculpó por el imprevisto
haciendo planes para los días futuros. El nuevo auto le habría increíbles
posibilidades.
Disfrutaron de una cena agradable, sin excesos, donde ella
se preocupó por hacerle los arrumacos adecuados para un agasajo de ese tipo.
Volvieron no muy tarde y se fueron a dormir temprano. Ella intentó repetir algo
de la noche anterior pero él le pidió que esa vez no,. Estaba cansado y en el día
siguiente tenía muchísima actividad. Con seguridad le iba a ocupar todo el día.
Salió a la mañana muy temprano y se metió en su oficina. No
salió ni para almorzar. Cuando la secretaria le ofreció traerle algo para que
comiera mientras trabajaba le contestó que no tenía hambre. Probablemente se
desquitaría con la cena.
Trabajó hasta muy tarde, como había prometido. Cuando terminó
había confeccionado una gruesa carpeta que guardó en su caja fuerte.
Se retiró como siempre, saludó a los empleados que eran
normalmente los últimos en retirarse y condujo sin prisa hacia su casa.
Como siempre lo esperaba su esposa solícita, con la cena
lista y una buena disposición para hacer el amor. Cenó tranquilo, pero cuando
ella llegó insinuante al cuarto él dormía profundamente. Posiblemente había
tenido uno de esos días y estaba demasiado cansado. Sonrió recordando la tarde
que había pasado ya que por propia información de su esposo había dispuesto de
todo el tiempo para pasarla muy, pero muy bien.
Durante casi una semana el ritual se repitió. Mucho trabajo.
La carpeta salía y entraba de la caja fuerte sin que nadie tuviera la menor
información. Se retiraba a su casa y se quedaba dormido apenas acomodaba la
cabeza en la almohada.
Jime comenzó a sentirse inquieta. Algo no andaba bien. Sin
embargo todo volvió a la normalidad. Emiliano retomó su actividad de siempre.
Salió a almorzar, trabajo hasta cierta hora y se retiró unos minutos antes.
Llegó a su casa y le pidió a su mujer que se cambiara que
iban a comer afuera. No era infrecuente esas salidas de su esposo y el volver a
la normalidad la tranquilizó, en cierta manera.
Cenaron normalmente en un restaurante que solían frecuentar
y luego volvieron a su casa disfrutando del paseo en el auto nuevo de Jimena,
escuchando música suave.
Como era la costumbre hicieron el amor de una forma
rutinaria y se durmieron plácidamente. Ella se sintió aliviada.
Transcurrieron los días y todo fue deslizándose por los
carriles habituales. Nada se había modificado. La actitud de Emiliano volvió a
ser la habitual.
Tenía varias empresas en carpeta y llamó a su hombre de
confianza para pedirle que completara la investigación.
Como era su costumbre el joven miró rápidamente los nombres
de las carpetas como para tener un pantallazo y a su vez hacer alguna pregunta
antes de iniciar su trabajo de hormiga.
Pero esta vez se quedó clavado. Miró detenidamente uno de
los nombres que su jefe le había alcanzado y luego buscó la mirada de su
superior.
La cara de Emiliano se había endurecido como nunca lo había
visto. No sabía que hacer. No se animaba a preguntar.
¿Vamos a ir contra estos monstruos? Se animó a preguntar.
Son… son como nosotros. Hacen lo mismo. Es peligroso.
Emiliano miraba perdidamente por el amplio ventanal que daba
al rio. Vos lo dijiste. Son igual que nosotros, entonces sabemos muy bien a que
nos enfrentamos y cuales son sus puntos débiles. Vos hacé tu trabajo. Del resto
me encargo yo.
El joven hizo su trabajo y se encontró en que había pocas
fisuras. Los sitios por donde atacar eran demasiados difíciles para poder
entrarles sin que fueran descubiertos y hubiera una reacción de la otra parte,
que podía ser extremadamente peligroso para ellos.
Cuando se lo comunicó a su jefe, este hizo un gesto que
quiso parecerse a una sonrisa. Era lo que el esperaba. Sabía de antemano que
iba a ser así y ya había trazado su plan.
Pasó varios días encerrado en su estudio. Su mujer a todas
luces molesta arguyó una serie de excusas para salir de casa varias veces. Era
evidente que la presencia de Emiliano en casa molestaba a sus costumbres pero
no podía ponerse en evidencia.
El hombre suspiró sonoramente cuando dejó su encierro. Había
estado manipulando sus computadoras y solo él sabía el camino seguido. No solo
tenía un código personal para entrar en las máquinas sino que meticulosamente
había borrado todo indicio de lo actuado en ese tiempo
Salió hacia su oficina casi sin saludar, por primera vez se
notaba cierta excitación en sus actitudes y ademanes. Subió a su auto y se
dirigió con apuro a su trabajo.
Había citado para ese día para una reunión de directorio.
Cuando llegó ya lo estaban esperando.
Se ubicó en su sitio, que no era la cabecera sino un lateral
de la larga mesa que se utilizaba para cada ocasión en que planificaban dar
algún zarpazo.
Sin dar ninguna explicación previa le pidió a su hombre de
confianza que le informara todo lo investigado. Cual podía ser la actitud a tomar.
El joven sintió que le temblaban las manos cuando quedamente
comenzó a leer el informe.
Más fuerte, más fuerte exclamó Emiliano casi con enojo.
La explicación fue simple. La empresa en cuestión no
mostraba fisuras evidentes.
Era lo que imaginaba, exclamó Emiliano. Buen trabajo. A
pesar de todo no existe nada que no tenga un lado flaco, nosotros mismos
tenemos flancos que son totalmente vulnerables,
Pero jefe. Hice el trabajo a conciencia, busque todos los
rincones, hablé con todos los informantes y…
En ese momento sonó el teléfono, el de la línea privada que
solo estaba a disposición de muy pocas personas. Emiliano atendió y sin emoción
alguna respondió como si hubiera estado esperando esa información. Colgó y sin
esperar le escupió a sus subordinados: Jimena está embarazada.
La noticia revolucionó a todos que se apuraron a felicitar
al jefe, a augurarle mil cosas positivas y todo lo que se acostumbra en esa
ocasión. A nadie le llamó la atención la frialdad con la que él lo había
tomado. Ya estaban acostumbrados a ese tipo de reacciones.
Sin embargo con un ademán solicitó silencio expresando que
dadas las circunstancias se postergaba la reunión y consideraba conveniente ir
a ver a su esposa.
Todos asintieron y se retiraron rápidamente. Emiliano quedó
solo con su empleado de confianza. No te hagas problemas… esto es un buen
augurio… Nada es infalible. Se levantó, dio media vuelta y se retiró hacia el
estacionamiento sin esperar respuesta.
Llegó a su casa
conduciendo muy cautamente. Demoró más de lo habitual. Compro en el camino un
ramo de flores y con el subió sin avisarle a su esposa.
Cuando entró su mujer prácticamente
estaba con un ataque de nervios. Neurótica le extendió el análisis que
corroboraba lo que ella ya sospechaba pero no había querido creer.
No puede ser… esto no puede ser.
Él la miró indiferente y le
extendió el presente floral.
Tomo anticonceptivos de siempre, y
no me he olvidado de ninguno. ¿Qué pasó? ¿Cuándo pasó?
El recordó la noche especial,
después de la cena. Volvió a sentir la rabia de ese momento. Estaba seguro de
cuando había sido. Pero no dijo nada
¿No pensarás que yo… ahora?
El gesto de él tomó una rigidez que
ella nunca le había visto con anterioridad. Se acercó suavemente y le colocó un
dedo en los labios.
Yo decido, dijo quedamente. Y no
quiero saber de ningún intento, nada que pueda alterar este embarazo.
Ella no dijo una palabra. Su marido había sido muy claro, pero la sombra
que cubrió el rostro de Emiliano fue tan evidente que supo que no tenía opción.
Creo que corresponde festejar y
aunque no tomo siempre he tenido guardado este champagne para este momento.
Tomó dos copas de un finísimo
cristal y sirvió moderadamente en ambos. Poco, yo no tomo y vos tenés que
cuidarte mucho a partir de ahora.
Le extendió la copa que ella tomó
con mano temblorosa, golpeó la una contra la otra y bebió el contenido de un
solo trago. Posteriormente la arrojó al viejo estilo contra la chimenea. Los
cristales saltaron brillantes sobre el fuego. Deberías hacer lo mismo Jime, es
de buen augurio… o por lo menos es la costumbre.
Ella supo que algo no estaba bien…
¿Sería su actitud cuando Emiliano llegó? Algo comenzó a latir dentro de ella.
Las actitudes posteriores de su
esposo despejaron esas dudas, que no se arraigaban con mucha fuerza en el
cerebrito liviano de Jimena.
Era evidente que él quería que
llevara adelante el embarazo y ella, dada su posición, estaba obligada, aunque
la idea no le gustaba mucho.
Durante un tiempo Emiliano se
comportó como lo hacía habitualmente. Una vez a la semana la llevaba a algún
restaurante de lujo, le solía traer pequeños pero valiosos regalos y se pasaba
a mayor parte del tiempo en su oficina dándole tiempo a ella para encontrarse con
su amante, ya que su reciente embarazo no había cambiado para nada las cosas.
La rutina se había alterado
levemente por dos motivos. Emiliano la trataba de una manera más suave,
posiblemente por su estado, a pesar de que se tomaba muchas veces más tiempo en
su trabajo. Pero eso era frecuente cuando tenía algo importante entre manos.
La empresa había continuado con sus
actividades pero Emiliano tomando el mando en persona solo daba directivas que
muchas veces se cumplían porque el jefe las ordenaba pero que no se entendían
muy bien.
Algunos de los expertos que había
contratado para que lo asesoraran trataron de hablar con él ya que no les
gustaba el rumbo que estaban tomando ciertos negocios pero no les respondía y
se encerraba en su oficina donde pasaba largas horas, en particular frente a la
computadora.
Los golpes en la puerta sonaron
imperiosos. No era la característica de sus empleados que apenas tocaban y solo
cuando había algo importante.
Sin darse vuelta permitió la
entrada. El joven asistente venía excitado.
Señor, señor… La compañía Intercord
viene por nosotros. De pronto todo se ha invertido en el mercado. Nuestras
acciones bajaron y aquellos que estábamos investigando, aparentemente nos
hicieron el trabajo antes y ya propusieron una reunión.
Emiliano seguía sin contestar.
El joven prosiguió, por supuesto
que los mandé de paseo pero…
En ese momento Emi dejó lo que
estaba haciendo y girando suavemente hizo un sonido de negación con sus labios:
ntt, ntt, ntt…
El joven quedó sorprendido,
tratando aceleradamente de entender que sucedía.
Mal hecho… Te dije con anterioridad
que todos tenemos un lado flaco… si nosotros estamos en la misma situación en
la que estuvieron las otras empresas que compramos, tenemos que aceptarlo… si
no queda otro remedio que vender, vendamos y que los dioses coronen al ganador.
Hay que llamar urgente a una
reunión directiva… ¿en cuanto tiempo van a volver a llamar?…
En una hora, exclamo el ayudante
totalmente desorientado.
Todos corrían como enloquecidos
tratando de parar una estampida de reses salvajes. Emiliano volvió a girar en
su silla y en un ademán casi teatral completo la tarea que estaba haciendo
apretando el enter de su computadora. Algo corrió rápidamente por la pantalla y
luego salió el consabido cartelito: la operación ha sido exitosa.
Finalmente borró la totalidad del
contenido del disco rígido. Justo cuando estaba terminando la operación le
avisaron que habían llegado los representantes de Intercord.
Dejó pasar un tiempo prudencial y
lentamente caminó hacia el sitio de la reunión.
Estaban sentados todos los abogados
y escribanos de la firma contraria. Buscó afanosamente pero no encontró el
rostro que él necesitaba. Por primera vez se paró en la cabecera y desde allí
sorprendió a todos: Lamento que hayan venido inútilmente. La reunión no es con
ustedes. Yo solo hablo de director a director. Ah… y la reunión va a ser a las
tres de la tarde.. ni antes, ni después…
Y sin agregar otra palabra dio
media vuelta y salió por una puerta lateral, volviéndose a encerrar en su
despacho.
Todos quedaron sorprendidos pero la
posición fue irreductible.
Se planteó una nueva reunión para
el día siguiente.
Volvió a su casa y ese día mostraba
una felicidad que su mujer no le conocía. Y aunque su cara mantenía ese rictus
impenetrable de su juventud lo escuchó tararear una melodía extraña, tratarla
más amablemente que otras veces y hasta le trajo un ramo de flores más grande
que en otras oportunidades.
Durante la cena estuvo
extremadamente cariñoso. Ella pensó que venía con intenciones de tener sexo y
aunque no tenía demasiadas ganas, menos después de la sesión también extraña
por la excitación de su amante, se dispuso a complacerlo.
Sin embargo apenas se hubieron
acostado él le dio un beso, se dio vuelta y se durmió plácidamente. Jimena
quedó confundida y preocupada.
Se levantó temprano, desayunó como
de costumbre y marchó rápidamente hacia su oficina.
Esta vez se sentó en su sillón
favorito y se dedicó a leer un libro que hacia tiempo tenía olvidado. La puerta
abierta sorprendió a sus empleados y más cuando vieron que no trabajaba como lo
hacía habitualmente.
Alrededor de las tres de la tarde
le avisaron que había vuelto la delegación de Intercord y esta vez con su
director a la cabeza.
Como la vez anterior espero un
momento como para crear más expectativa y luego, con toda tranquilidad se
dirigió al salón de reuniones.
Se sentó como lo había hecho
anteriormente en la cabecera y desde allí clavó la vista en el hombre que tenía
enfrente. Lo conocía perfectamente bien. Lo había estudiado hasta el más mínimo
detalle. Desde el día en que lo descubrió con Jimena había sido su obsesión.
Bien, no perdamos tiempo, aquí
estamos, director con director y no hay mucho para decir. Este no es
precisamente mi mejor horario, así que hagamos rápidamente las cosas. Intercord
se hará cargo a partir de ahora de su empresa, que evidentemente ha caído en el
mercado y ya no tiene mucho para hacer. Venderla es un buen negocio. Los que
aquí trabajan podrán seguir haciéndolo, salvo con otras directivas. Realmente
lo siento por…
Shhhhh… Con un dedo sobre los
labios Emiliano detuvo el discurso del hombre.
Esto es un juego. Se gana y se
pierde. El más hábil se queda con todo y el perdedor saluda y se retira. Fair
Play… mi amigo… fair play… Terminemos esto rápidamente. Sé que está apurado.
Hay otras actividades que lo requieren. Yo… yo creo que voy a quedar en
libertad por un buen tiempo.
Rápidamente estampó su firma en el
contrato que cada uno de ellos tenía en una carpeta a su frente y sin agregar
palabra se levantó.
El otro estiró su mano para
saludarlo pero Emiliano ya se estaba yendo para su oficina.
Mañana ya pueden hacerse cargo de
todo, exclamó antes de irse.
Nadie dijo nada. Una sonrisa de
triunfo se dibujó en el rostro del director de Intercord. Y si supiera que
además se tiraba a su esposa, ja… el triunfo era completo..
Emiliano pasó la tarde en su
despacho. Solicitó café y una hora antes del tiempo en que normalmente se retiraba
llamó a reunión, pero esta vez general.
Como saben, comenzó, Intercord ha comprado nuestra empresa y todas sus
subsidiarias. Yo he decidido tomarme unas vacaciones y alejarme de los negocios
por un tiempo, pero quiero que ustedes, que me han sido fieles y han luchado a
mi lado no tengan nada de que preocuparse. Como pueden deducir Intercord ha
pagado por la empresa un valor mucho menor de lo que realmente debería valer,
aun así el monto es lo suficientemente importante para que ustedes puedan tener
una buena vida. He dispuesto que mi hombre de confianza, este joven que me ha
acompañado sin quejas, reciba el 25% del monto total y el mismo se encargará de
repartir el otro 75% entre cada uno de ustedes. Creo que con lo que la cifra
representa ninguno tendrá necesidad de buscar otro trabajo y si tiene la
habilidad mucho de ustedes hasta podrán
iniciar su propia empresa. Espero que puedan vivir en paz.
Pero jefe, y usted? No puede
quedarse sin nada. Todos podemos encontrar donde trabajar pero usted…
Esa fue mi última indicación. Les
recomiendo que completen las operaciones, cada uno en sus máquinas antes de
mañana. Ya no estaré para protegerlos.
Y sin darles tiempo a otra
respuesta se colocó el abrigo sobre los hombros y salió del edificio bajando
por las escaleras laterales al ascensor.
Nadie entendía que sucedía pero no
dudaron un instante en ponerse a trabajar y realizar el depósito de valores que
nunca habían imaginado tener en toda su carrera.
No volvió a casa. Se sentó en el
bar de la placita y pidió un café y agua mineral. Desde su despacho solía ver a
las personas sentadas charlando o simplemente leyendo el diario y las
envidiaba. No tenían más problemas que los cotidianos. Nada que tuviera una
real importancia.
Recapituló su vida y reconoció que
tampoco él había tenido algo que fuera tan fundamental que no le permitiera
tomar un café como lo estaba haciendo ahora, pero solamente tenían que suceder
hechos extraordinarios para que el milagro de la simpleza se le presentara de
golpe.
El mozo le alcanzó el diario, por
si quería leerlo. ¡Que absurdo! Todos los días recibía todos los periódicos y
los devoraba con avidez en busca de las informaciones financieras y hoy podía leer
tranquilamente la página de deportes o
la de espectáculos sin el apuro o la ansiedad de todos los días. Tal vez
mañana sea distinto pensó y sintió que algo se le movía por dentro, pero no
pudo saber si era la vieja desazón que volvía o una expectativa nueva.
Suspiró.
Buscó y finalmente decidió ir al
cine. Nada de veladas de gala escuchando sonidos que no le interesaban y que no
entendía ni pretendía entender. Un simple cine de barrio donde daban una
película de aventuras, en donde el héroe luchaba con cientos de villanos y los
derrotaba a todos. Se sintió identificado, en particular cuando el bueno
apuntaba a la cabeza del malo y sin dudarlo le ponía un disparo en medio de la
frente.
Volvió a casa tarde, hacía mucho
que no paseaba junto al rio, así que caminó por un largo rato. Por momentos su
mente quería volver a los sucesos pasados pero con un ademán los apartaba y se
concentraba en ver como jugaba el agua entre las piedras. Era un día nublado.
Una brisa que soplaba desde el sur hacía que el frio fuera más intenso. Se levantó
la solapa del sobretodo y pensó cuánto hacía que no se daba el lujo de sentir
esa sensación. El viento golpeando sobre su cara le hizo ver las cosas con
mucha más claridad.
Regresó y saludó con amabilidad a
su esposa. Abrió la heladera y descubrió que estaba vacía. Claro su esposa no
cocinaba y lo poco que había no podía constituir una cena.
Buscó en un bolsillo del saco y
descubrió un volante que le habían alcanzado cuando salía del cine. Fue al
teléfono y encargó una pizza y varias empanadas. Jimena lo miraba sorprendida.
A medio cambiar estaba esperando que salieran a cenar a algunos de los
restaurantes habituales.
Hoy tengo ganas de comer en casa,
exclamó él, sencillamente, como nunca lo hice, como lo hacen los negritos de la
calle y son felices sin saber lo que son las comidas sofisticadas y escasas que
nosotros acostumbramos.
Ella no entendía pero había
aprendido a tolerar sus excentricidades. Vaya uno a saber que era lo que se le
había ocurrido. Empanadas, fritas, que asco, mañana voy a tener que hacer el
doble de la gimnasia para bajar toda esa grasa desagradable. En fin.
Cenaron, dejaron las cajas para que
las tirara la chica al día siguiente y él decidió abrir un vino que, como no
acostumbraba a tomar, lo relajó y mansamente se desplomó en su dormitorio.
Cuando Jimena subió dispuesta a una noche movida lo encontró totalmente
dormido. Se acarició el vientre pensando en el futuro, le sacó los zapatos y
tal como estaba lo acomodó tapándolo con una manta.
Cuando se despertó
al día siguiente ya era el mediodía. Se dio un baño, se afeito y prendió el
televisor.
En la enorme
pantalla un periodista intentaba vanamente obtener una declaración del director
de Intercord. ¿Es cierto que compraron una compañía que estaba quebrada y van a
asumir todos los costos?¿ Está Intercord preparada para soportar una demanda de
tantos millones?
Suspiró y apagó el
aparato. Sabía perfectamente cual eran las cosas que iban a suceder.
Bajo
despaciosamente por la escalera de servicio. Calculaba que a esa hora debía
haber unos cuantos periodistas esperando en la puerta principal.
Salió como si el
mundo no existiera, cruzó la calle y se perdió entre algunas cortadas típicas
del barrio. Compro varios diarios. En casi todos figuraba en primera plana el
DESASTRE DE INTERCORD. Y explicaban que insólitamente la compañía había
comprado una empresa que tenía un pasivo tan grande que no les era posible
absorberlo. Informaban que el presidente había renunciado, todo había sido
adquirido por una empresa mayor que se había hecho cargo y que la quiebra había
sido tan violenta que sus directivos corrían riesgo de acciones penales.
Tomó un café y
pidió medialunas. Al diablo con el colesterol. Llamó a su mujer y le mintió que
estaba trabajando. Notó cierta voz de preocupación y supuso cual era la causa.
Tomó un taxi y pidió que lo llevaran al zoológico. Nunca nadie lo había
llevado. Cuando llegó estaba cerrado y decidió caminar por el parque que se
extendía a su alrededor.
Se sentó en un
banco sin importarle si estaba sucio por las palomas y siguió con la vista a
los que tempranamente se dedicaban a hacer aerobismo, corriendo por el parque
en pantaloncitos a pesar del frio.
Volvió para la hora
de apertura que anunciaba el cartel de múltiples colores, pagó su entrada,
compró comida para darle a los animales y le llamó la atención una figura de un
monito que se movía según como se apretara la base.
Le hacía recordar a
él mismo. Saluda monito. Marcha monito. Y el mono obedecía a las presiones
ejercidas.
Caminó por las
callejuelas del Zoo y fue descubriendo a cada uno de sus compañeros de trabajo.
Similitudes increíbles con animales encerrados en jaulas y expuestos a la
curiosidad pública que de tanto en tanto, como el lo hacía, le tiraban una
galletita.
Llegó hasta el
sector donde dormía plácidamente el león. Rodeado de un foso profundo el rey de los animales
lucía su melena. Se despertó en ese momento, caminó cansinamente, y se volvió a
acostar con aire de superioridad. Emi sintió que se le llenaban los ojos de
lágrimas. Cuán similar a tantos “reyes” que había conocido, incluido el mismo.
Arrogantes, soberanos, encerrados tras cuatro paredes sintiéndose únicos y
poderosos mientras los de afuera, miserables, estúpidos, corrían, se reían,
compraban golosinas y hasta le tiraban algunas galletas que habitualmente caían
en el foso.
Se recompuso y decidió
volver temprano a casa. Sabía que esta vez no se iba a encontrar con ninguna
sorpresa. Encontró a su esposa con cara de preocupada y de mal humor. No le
prestó demasiada atención y se recluyó en su estudio a leer una vieja novela
que nunca había tenido tiempo de comenzar.
Se quedó adormilado
y así estaba cuando su mujer lo despertó con la cara desencajada. Tenía puesto
el abrigo y escuetamente le tiró: tengo que salir.
No dijo nada,
simplemente prendió el televisor donde con letras catástrofes se leía, ex
director de Intercord es encontrado muerto en su casa del country, se piensa en
un suicidio.
Tomó su celular,
marcó un número, y cuando lo atendieron preguntó por el estado de salud de la
madre de su interlocutor. La respuesta fue breve. Inmediatamente cortó y se
dirigió hacia su habitación. Se cambió de ropa con celeridad y salió lo más
rápido que pudo.
Tomó su auto y en
pocos minutos estaba llegando frente a una casa de aspecto imponente.
Pertenecía al magnate del papel, viejo conocido, y con el que habían compartido
antiguos negocios.
Cuando se hiso
anunciar fue recibido inmediatamente. Todo el mundo estaba conmocionado con la
noticia y ese fue el tema sobre el que versó una conversación que se extendió
mucho más allá de lo habitual.
Jimena salió disparada
hacia el garaje y subió rápidamente a su vehículo nuevo. Salió más rápido que
lo aconsejado a punto de tener que frenar bruscamente para evitar embestir a
otro vehículo que estaba entrando.
Condujo casi con
desesperación. No sabía muy bien que iba a hacer pero tenía que estar allí.
Bajó de la autopista y tomó la ruta que conducía al country.
El camino angosto y
mal iluminado no fue motivo para aminorar su marcha.
Un camión venia en
el sentido contrario y ella trató de dejar el espacio suficiente para que pudieran pasar, pero en el momento en que
equipararon sus alturas el transporte desvió bruscamente su curso y fue a
embestirla a la altura de la puerta delantera, o sea precisamente el impacto
fue directo sobre el conductor.
Entre el porte del
camión y la velocidad de ella los airbags laterales no fueron suficientes. El
auto se arrastró por unos metros y al golpear con un talud dio dos tumbos y fue
a detenerse sobre un decampado.
Una gota del tanque
de nafta completó sin querer la obra que había comenzado hacía algún tiempo. El
incendio y la explosión posterior impidieron toda alternativa de auxilio.
Cuando Emiliano
volvió a su casa era tarde y una cantidad de periodistas se arremolinaba en la
puerta de entrada. Lo estaba esperando su fiel ayudante y fue quien le dio la
noticia. Jimena había tenido un accidente. Estaban investigando por qué se
desplazaba tan rápidamente y que le había ocurrido al conductor del camión, que
hasta ese momento no había explicado nada ya que se encontraba en estado de
shock. Si bien el auto se había prendido fuego aparentemente ella había muerto
ya con el impacto. Lo más lamentable era que aparentemente estaba embarazada
pero ninguno de los dos habría sobrevivido.
No dijo nada. Como
era habitual en él no se le notó ningún gesto. Como había sido en todas las
cosas de su vida. Estoico, reservado para el dolor. ¿Para el dolor? Si, un
dolor que lo invadía y que nunca había sentido. Sin embargo las cosas habían
salido mejor que lo esperado.
Sin dudas que el
punto débil de todas estas empresas era, por sobre todas las cosas la soberbia.
Intercord no presentaba fisuras comerciales o legales pero su director no podía
resistirse a la tentación de destruir a su competidor principal. Ya había
cometido un error. Le había robado indirectamente haciéndola su amante a la
esposa, y eso, para la mente agudamente observadora de la gente del medio era
un signo de debilidad.
No fue difícil crear
una puesta en escena. Derivar los fondos a través de empresas fantasmas hacia
el exterior y fabricar una quiebra fraudulenta que se fue preparando y estalló
en el momento en que Intercord se hizo responsable de las actividades de sus
competidores.
El hacer que se
presentara el presidente fue una manera de centralizar todo en un chivo
expiatorio, que indudablemente lo iba a llevar al desastre económico.
Sabía que su mujer
iba a correr en auxilio de su amante (No imaginó que podía llegar hasta el
suicidio. Digamos que eso era la frutillita del postre) pero si había preparado
el escenario para la tragedia.
A través de un
contacto que no tenía ninguna relación aparente con él había armado una señal
para indicarle cuando Jimena iba a recorrer el camino al country. No fue casual
la maniobra del camión y lo que parecía un accidente de los muchos que ocurren diariamente,
el mismo fue preparado meticulosamente asegurándose que los airbag no sirvieran
y el conductor no tuviera posibilidad alguna de sobrevivir. No contaba con el
incendio del vehículo, lo que sirvió para asegurar definitivamente lo planeado.
La conversación con
su viejo amigo le servía para justificar su tiempo y un testigo de ese nivel
era absolutamente irrefutable.
Se cambió
rápidamente y junto con su fiel colaborador volvió a salir por la puerta de
servicio, subió al auto de su acompañante que estaba estratégicamente ubicado y
salieron en dirección al sitio del accidente.
Una vez allí indagó
por los detalles y un oficial, con mucha delicadeza trató de explicarle lo que
había sucedido, suponiendo que su interlocutor iba a dar muestras de
desesperación. Se sorprendió cuando lo que esperaba no sucedió. Como siempre ni
una mueca que denotara lo que corría por dentro de Emiliano se dejó entrever.
El joven preguntó
cuando le podrían entregar el cadáver, o lo que quedaba, de su esposa y luego
se retiró sin agregar una palabra pidiéndole a su amigo que lo llevara a un
hotel. Con seguridad su casa estaría repleta de periodistas y no quería o no
estaba en condiciones de ser molestado.
Como habían hecho
en otras oportunidades cuando estaban frente a un negocio importante o luego de
realizarlo fueron hasta un apart del centro. Allí Emiliano tenía reservado en
forma permanente un departamento, con todos los elementos que podían hacerle
falta y en la cochera del mismo un auto de su pertenencia.
Al día siguiente
enfrentó a los periodistas. Hizo una declaración de compromiso. Respondió a las
preguntas, aun las más insidiosas, sin mostrar signo alguno. Serio, compuesto,
calmo, habló de la tristeza que lo embargaba, que era tremendo y coincidente
con la caída de su empresa, pero que la vida seguía y había mucho para caminar
en un mundo cruel que pretende abatirnos con estas cosas. No entró en
suposiciones. No sabía por qué su mujer estaba en ese sitio en ese momento. Y
no lo relacionaba con el suicidio del presidente de Intercord a quien estimaba
y respetaba como a un individuo inteligente y cuando compró su empresa el suponía
que se habían hecho todas las investigaciones previas, como era de costumbre y
nada podía haberlo tomado por sorpresa. Expresó que había decidido tomarse un
período de reposo. Alejarse del ruido de los negocios. Blanquear su mente hasta
poder volver a pensar con la libertad que ahora no poseía. Agradeció a todos.
Dijo entender que era su trabajo pero que comprendieran que en momentos como
estos uno prefiere estar solo. Y que, por supuesto, no iba a dar exclusivas a
nadie. Se retiró hacia su auto y salió velozmente para evitar que continuaran
con el interrogatorio.
Sabía que cuanto
menos hablara menos riesgo tenía de equivocarse o que alguien sospechara algo.
También sabía que su vida no iba a ser la misma durante unos cuantos días, por
lo menos hasta que apareciese otra noticia más interesante. Todo era cuestión
de paciencia y eso era lo que le sobraba.
Recorrió la ciudad
sin un rumbo fijo. Estacionó en un lugar que le pareció apacible y en el que
nunca había estado buscó un café y se sentó en un rincón apartado desde donde
no pudieran verlo fácilmente. Dejó transcurrir el tiempo. Cuando decidió
regresar ya era de noche.
El sitio donde
había estacionado estaba desierto. Ya todo el mundo debía haber partido para su
casa. Hacía frio. Abrió las puestas de su auto. El silbido de la apertura
electrónica le sonó extraño en la soledad del estacionamiento. Fue al
compartimiento trasero con la intención de dejar su abrigo cuando sintió que
algo frio se le apoyaba en medio de la nuca.
En tres segundos
pensó en todas las posibilidades y optó por la más simple. Se quedó quieto y
esperó.
La orden fue
imperativa. Quedate tranqui, no intentés nada y te vas sin problemas, si jodés
te quemo.
Le hizo poner las
manos sobre el techo del auto y con movimientos rápidos le fue revisando los
bolsillos y arrebatando todo lo que había en ellos. Emiliano solía llevar
siempre bastante efectivo porque no confiaba en los plásticos, como el los
llamaba. Le arrebató el celular, la alarma y las llaves del auto, los
documentos. Lo hizo acostar en el asiento trasero y sin dejar de apuntarle
revisó la guantera. Sacó todo el contenido que iba colocando meticulosamente en
una mochila que llevaba colgando en su hombro izquierdo. Se notaba que el tipo
estaba acostumbrado a estas actividades y lo hacía con profesionalidad. De la
misma forma en que lo hubiera hecho él, pensó Emiliano. De la misma forma en
que planeaba despojar a otros de todo lo que tenían.
Listo viejo, ahora
quédate piola y no intentes llamar a nadie por un buen rato. Los documentos y
las llaves del auto las vas a recuperar, dentro de unos días, el resto vas a
tener que juntarlo de nuevo y lanzó una carcajada que rebotó en las paredes
vacías.
Emiliano lo
observaba con curiosidad. Para él ninguna cosa tenía demasiada importancia. La
actitud del delincuente le recordó su propia imagen, arrogante, en posición de
dominador, dando órdenes.
El ladrón se retiró
unos pasos y esperó. Emiliano no sintió sonido alguno y pensó que ya se había
ido. Se enderezó rápidamente y en ese momento sintió un ruido, un sonido que le
recordó a cuando destapaba las botellas de champaña para festejar otro triunfo,
otro despojo. Y casi de inmediato sintió el dolor en el cuello.
Parado a unos
metros con un revolver que aun humeaba el delincuente lo miraba con desprecio.
Te dije que no te movieras. Te lo dije.
Las palabras
sonaron cada vez más distantes.
Se deslizó del asiento
y quedó tendido, boca arriba, sobre el asfalto frio de la noche.
Se dio cuenta que
se estaba desangrando.
A lo lejos escuchó
unas sirenas pero sabía que no eran para el.
Bah, pensó, para
vivir esta vida de mierda da lo mismo.
Y se dio cuenta que
todo se iba oscureciendo hasta que no sintió nada más.
Por primera vez,
tendido en el piso y solo, una sonrisa se esbozaba en su rostro. Un gesto que
nunca había conocido.
………………………………………………………………………………………………………………………
Nació con lo justo.
Cuando se engendró nunca lo sabría, porque su madre había tenido relaciones con
tantos, algunos el mismo día, que era imposible deducir quien había aportado el
espermatozoide más fuerte o, dado el medio en que se movía, podríamos decir el
menos dañado. En honor a la verdad nunca se lo planteó. Para él crecer sin
padre, o con múltiples padres fue una normalidad.
Decía nació con lo
justo porque la mujer nunca se hizo controlar y como había ocurrido otras
tantas veces concurrió al hospital cuando ya había roto bolsa y las
contracciones indicaban que faltaba muy poco.
En realidad nació
en la camilla, no hubo tiempo para que la llevaran a la sala de partos. Una
doctora jovencita (¿Sería doctora?) la asistió en el pasillo, en medio de
baleados y heridos con armas blancas, que habían llegado en grupo desde la
bailanta más próxima.
Lo escupió con una
facilidad absoluta. Claro era de muy bajo peso. Una ratita desnutrida. Pinzaron
el cordón y lo envolvieron con una manta. Una enfermera lo lavó, se lo
mostraron a la madre que lo miró como quien mira a un extraño, y lo arroparon
en una cuna de la núrsery. Y ese es el último recuerdo de haber sido tratado
como un ser humano espontáneamente sin que tuviera que arrancarlo con
violencia.
No se atrevía a
asegurar cuando había comenzado a tomar cerveza, pero estaba casi seguro que en
lugar de leche materna lo habían alimentado con esta bebida. No recordaba ni remotamente
eso que llamaban el calor materno. Cuando la madre llegó a la casilla portando
el paquete lo tiró sobre la cama y le dijo a cualquiera de sus hermanas que se
arremolinaban curiosas. Es de ustedes. Hagan lo que quieran menos joderme a mí.
¿Cómo se llama? ¡Qué sé yo! Ni se me ocurrió ponerle un nombre. Elíjanlo
ustedes.
Alguno le pusieron,
pero le quedó “el flaco” para toda la vida. Su nombre, que a veces hasta a él
le resultaba difícil de recordar, figuraba solo en los documentos. El mismo se
reconocía con el apodo y posiblemente no se hubiera dado por enterado si
alguien lo llamaba por su nombre verdadero.
De cualquier manera
todo eso importaba bastante poco. Se hizo en la calle. Su pequeño porte, su
delgadez extrema era para sus hermanas un atractivo fenomenal para su negocio
de pedir entre los paseantes o los conductores de los vehículos en el corte de
semáforos de alguna poblada avenida del centro.
El calor ardiente
del asfalto en los veranos tórridos y el frío que calaba hasta los huesos en
pleno invierno lo fueron haciendo inmune a cualquier tipo de clima. La lluvia
le permitía jugar entre los charcos y el viento le permitía ver como los chicos
remontaban barriletes que pintaban con brillantes colores su vida poblada de
grises.
Cuando fue
creciendo le enseñaron a rebolear una serie de pelotitas simulando que hacía
malabarismo, pero como era muy pequeñito resultaba gracioso y a veces tenía más
éxito que el resto de sus hermanos.
Allí conoció al Pelusa
que unos añitos mayor que él se hizo su amigo y le enseño a hacer malabares de
manera correcta.
No era que se fuera
a dedicar a trabajar en un circo. La habilidad adquirida le sirvió para
insertarse en el grupo que pungueaba en la plaza. También ahí tomo contacto por
primera vez con el paco. Cuando lo probó no le gustó y mucho menos la sensación
desagradable que le produjo, pero, claro, no podía ser menos que sus compañeros
y poco a poco fue volviéndose adicto.
A pesar de todo, de
la necesidad de recurrir a la droga, le
molestaba el estado de indefección en que lo dejaba. Había aprendido a valerse
por las suyas y a no confiar con nadie.
Fue creciendo
aprendiendo a explorar bolsillos ajenos. Su conocimiento del malabarismo le
había dado una habilidad especial. Tenía una destreza que otros no tenían lo
que le fue dando cierto estatus dentro del ambiente.
Creció de golpe, el
flaco se hizo largo y finito. Eso lo hacía demasiado evidente para su profesión
con lo que se vio obligado a ir modificando sus costumbres.
Con el paco y la
cerveza, que había adoptado definitivamente desde pequeño, perdía totalmente
las inhibiciones y arremetía descaradamente contra las “viejas” que salían de
los bancos, les arrebataba la cartera, bolsos o lo que fuera y sus largas
piernas lo ponían rápidamente a la distancia prudencial como para no tener
problemas.
Estaba en eso. Junó
a una mujer que se desplazaba con dificultad apoyada en unas muletas y un
enorme bolso que cargaba sobre el hombro izquierdo.
No dudó un instante
y se mandó sin disimulo. Caminó velozmente, se acercó rápidamente, y cuando la
tuvo a tiro le pegó el manotón. La mujer se tambaleó peligrosamente pero eso a
él no le interesaba. Como siempre trató de meterse entre la multitud que en ese
momento caminaba por la zona. Sintió que algo lo retenía.
Dos hombres
corpulentos lo retenían con fuerza de ambos brazos. Alto como era lo levantaron
y lo llevaron como si fuera una pluma hacia un auto que los esperaba. Trató de
resistir pero la droga y el alcohol no le daban la fuerza adecuada. Escucho
como entre sueños que alguien se identificaba como policía y un “saludo” para
su madre.
No lo llevaron a la
seccional en donde él conocía muy bien a los tiras de la zona. Lo llevaron a un
galpón desvencijado en las afueras, El primer golpe lo recibió en medio de la
nariz. Con seguridad le fracturaron el tabique por la sangre que salía, el
segundo fue en la boca del estómago, se doblo en dos y de allí en adelante
perdió la cuenta de los golpes recibidos.
Se prometió que
nunca más iba a recurrir al paco y la cerveza. No lo hubieran agarrado tan
fácil y se habría podido defender. Aunque tal vez eso fue lo que le salvó la
vida.
Lo metieron debajo
de una canilla para lavarle la cara llena de sangre, lo montaron en el mismo
auto en que lo habían traído y lo largaron en la entrada de la villa. La
próxima te comes un chumbazo en el bocho, entre ceja y ceja, así que no jodás
más. ¿Me entendiste pibe? Asintió con la cabeza. El otro repitió. No te
escuché. ¿Me entendiste? S…si y al abrir la boca escupió uno de los dientes que
se le había soltado.
Había llovido.
Caminó por las calles embarradas buscando llegar a su casilla. Alcanzó a ver la
luz que salía por los agujeros de la chapa y cayo cuan largo era en medio de un
charco. Unos curdas que pasaban lo reconocieron, lo levantaron y se lo llevaron
a un lugar seguro.
Cuando despertó
tres días después lentamente fue reconociendo el terreno. Estaba en la casa de
Domingo, el de la fábrica de alfajores. Recordaba que, cuando era chico, Domingo volvía del trabajo y solía traerles
algunos alfajores que para ellos era como si hubieran llegado los reyes magos. Buen
tipo el Domingo. Tenía una hija más o menos de su edad, pero hacia mucho que no
la veía ya que había tenido que salir a la calle desde muy temprano.
Precisamente ella
fue la que apareció en la casilla, como si hubiera estado esperando que
despertara.
¿Cómo estas Flaco? ¿Te
la dieron en forma Eh?
¡Hijos de p… ouch!
Trató de enderezarse y le dolió hasta el alma.
Para, para… Te
rompieron una costilla y te hicieron pelota la nariz. Ahora no sé si vas a ser
el flaco o el ñato. ¡Que lo parió!
Le trajo algo de
comer. Hacía bastante que no comía algo decente. Ella se sentó en el costado de la cama y él se quedó dormido.
Pasaron varios días
hasta que pudo sentirse mejor. Por otro lado tenía una sensación extraña, era
la primera vez que alguien se preocupaba por él, que lo cuidaba. Pudo observar
que Domingo había acomodado otra cama en su casilla para que el tuviera su
lugar, y como salía muy temprano y volvía tarde nunca había tenido la
oportunidad de hablar con él. Sin embargo nadie lo había apurado, nadie le
había exigido que volviera a la calle.
Yésica, que así se
llamaba, la hija era la que se encargaba de él pero tampoco estaba muy seguido
ya que también tenía que trabajar. La mayoría del tiempo estaba solo y esa
sensación de que alguien confiaba en él lo sorprendía.
Ese día había
podido enderezarse sin problemas. Descubrió que estaba sin ropas. Alguien lo
había desnudado mientras estuvo inconsciente.
Se levantó y se
estiró cuan largo era, buscó un espejo para ver como le había quedado la cara
pero no encontró ninguno.
Parece que ya te
sentís mejor ¿Eh, Flaco?
Se sorprendió. No
esperaba ver a Yésica a esa hora y menos desnudo como estaba. Trató de taparse.
No te preocupes, ya
te vi lo suficiente mientras dormías como un angelito. Yo te saqué la ropa para
lavarla. Estabas de barro hasta las bolas.
El no supo que contestar.
Vení, y le estiró
la mano. El respondió mansamente.
Lo hizo tender
sobre la cama y lo acarició suavemente. El flaco sintió que sus órganos
respondían con fuerza y le dio vergüenza.
Ella se quitó la
ropa, y desnuda igual que él se le puso encima. Hábilmente lo guió para que
pudiera introducir su pene en los genitales de ella.
Lo besó como nunca
lo habían hecho, sintió como eyaculaba y volvía a empezar. Rodaron por la cama
y descargó todo el sentimiento contenido tras largos años en un solo acto
Quedaron tendidos
uno al lado del otro. Las piernas entrelazadas.
¿Fue tu primera vez?
El no respondió. No te preocupes yo sé de estas cosas. Es mi laburo. Ya hace dos años que me dedico a esto. Es la
primera, si, que lo hago por gusto. Te tenía ganas y no me desilusionaste. Sos
bueno Flaquito.
La abrazó con
fuerza. Tenía apenas catorce años, pero sintió que podía llevarse el mundo por
delante.
Ella le propuso que
se quedara. Y desde ese momento se dio cuenta que todo cambiaba.
Había tenido tiempo
de pensar en cómo se iba a mover de aquí en adelante, pero esto le daba otro
sentido. Un empuje que no había
experimentado antes.
Ese día lo pasaron
en la cama. Fue su luna de miel.
Al día siguiente se
levantó muy temprano. El calor del cuerpo de ella a su lado le dio ganas de
quedarse pero estaba determinado a llevar sus planes adelante.
Camino por entre
las casillas hasta bien adentro de la villa. Alguien lo paró antes de llegar.
Un tipo que conocía de vista le clavó un revolver en las costillas. Otro estaba
a la expectativa detrás de él.
¿Adónde vas,
pendejo?
Busco al jefe.
Ja! ¿Vos buscas al
jefe? Y para que ¿Se puede saber?
Quiero un arma,
tengo guita para pagarla… yo sé que el puede…
Esperá. El tipo de
atrás lo palpó de arriba abajo. Está limpio.
Vení
Caminaron por unos
pasillos complicados y entraron en una
casilla de material con algunos signos de confort.
Apareció un tipo
gordo, bien vestido. Supo de inmediato que era a quien buscaba.
Me dicen que querés
un arma. ¿Y para que quiere un arma un borrego como vos?
Cambio de rubro,
jefe..
Ja. Está buena esa.
Me caes bien. ¿Cuánto tenés?
Le mostró lo que
traía.
Buena guita. Te voy
a dar algo que vale la pena… pero ojo… nada de meterte con la cana y si haces
una cagada te la vas a ver conmigo… Nada de jodas… ¿Me entendiste?
Si jefe.
Sintió el peso del
arma y se dio cuenta que había iniciado un nuevo camino. Posiblemente sin
retorno. Posiblemente con final conocido. Pero nada le importaba.
Lo sacaron por otro
lado diferente al que había entrado y de allí se dirigió a ver al Cicatriz.
El Cicatriz tenía
unos pocos años más que el pero un recorrido mucho más nutrido. Había estado
dos o tres veces en los correccionales pero lo largaron pronto. Conocía el oficio.
Le llamó la atención que también, como él, tenía quebrado el tabique.
Con él aprendió a
elegir las víctimas. En estos tiempos la cosa era mucho más fácil. Estaban los
que sacaban guita del cajero. Era sencillo darse cuenta quien llevaba el
bolsillo forrado. Se delataban solos. Las viejas que salían del banco con
seguridad habían cobrado la jubilación. Las de principio de mes cobraban la
mínima, pero las del medio para adelante llevaban un toco interesante. Los
supermercados chinos eran presa fácil, siempre tenían guita en la caja. Nunca
te metas donde sea difícil salir, el raje tiene que estar asegurado. Si estás
con auto una ruta de vía ligera, una autopista o una avenida, si estás de a pie
tiene que ser donde haya mucha gente en la calle, cosa que te pierdas entre la
multitud o cerca de la salida de un subte para desaparecer de la vista de
cualquiera que piense en perseguirte.
Fue conociendo el
oficio y hasta ganando respeto entre los suyos porque era uno de los más
decididos. No tenía miedo. Atacaba casi con saña.
En un momento
alguien se identificó como policía y quiso darle el alto. No dudo un instante y
le metió un balazo en medio de la frente. Fue su primera muerte. Sin embargo no
se le movió un pelo.
Sirvió para darse
cuenta que morir o vivir era lo mismo. Los otros entendieron que el tipo era
realmente peligroso.
Los canas se
volvieron loco e hicieron una razia dentro de la villa pero no pudieron
conseguir que nadie hablara.
Sin embargo en
algún momento alguien buchoneó. Algún infiltrado o tal vez un cagón que comenzó
a tener miedo por las actitudes agresivas del Flaco.
El asunto fue que
lo vinieron a buscar.
Le dieron vuelta la
casilla pero no encontraron nada. Lo llevaron por las dudas. Trataron de
sacarle algo y lo molieron a golpes. No era novedad para él. Lo tuvieron unos
días pero como era menor no les quedó otra que dejarlo salir.
Caminó lentamente y
volvió a su villa. Su mujer había reacomodado todo. Lo vio venir y lo sostuvo,
acariciándolo como la primera vez. Su marido era un macho de verdad.
Dejó pasar unos
días y recorrió las casillas de los amigos. Averiguó, interrogó, presionó hasta
saber quién había sido o de donde había salido la información.
No intentó nada.
Sabía que el muy turro iba a estar protegido. Había aprendido a manejarse con
astucia y no iba a pisar el palito tan fácilmente.
Se fue al centro
pero antes pasó por donde ocultaba sus cosas y recogió el arma. La disimuló
debajo de la campera y caminó sin rumbo fijo.
Era de noche y
calculó que podía agarrar algún gil en
los estacionamientos que ya habían quedado vacíos. Todos se apuraban a llegar a
sus casas después del trabajo.
¡Bingo! En el
primero que entro vio a un cheto que abordaba un alta gama. Se acercó despacito
y le metió el caño bien en la nuca. Como para que no hubiera dudas. Le hizo
poner las manos sobre el techo del auto. Le sacó o que parecía un toco
respetable. Revisó la guantera y fue poniendo todo en una mochila que solía
llevar para estos menesteres. El tipo no se resistió y le dio todo lo que
llevaba.
Las llaves y los
documentos los vas a recuperar, el resto vas a tener que empezar de nuevo. Y
largó una carcajada.
¡Que lo parió! Lo
casé justo. Esto parece un montón. Lo hizo tirar en el asiento trasero boca
abajo y le indicó que no se moviera por un rato.
Tuvo un
presentimiento y no se fue enseguida. El tipo apenas transcurrido unos minutos
trato de enderezarse.
No dudó un instante.
Se oyó un sonido parecido a cuando se destapa una botella de champaña y lo vio
deslizarse con el cuello ensangrentado. El coso quedó tendido boca arriba despatarrado
sobre el asfalto.
Lo miro con
desprecio: Te dije que no te movieras. Te lo dije.
Vio que el tipo
sonreía. Eso lo desorientó y rajó lo antes que pudo.
Llegó con total
tranquilidad a la villa pero no entró por donde era su costumbre. Dejó las
cosas en el lugar de siempre, pero se guardó el arma en la cintura. El toco lo
dejó en el bolsillo Se deslizó por un lateral y caminó bordeando el sector de
las vías hasta llegar a una casa de material que demostraba un mejor nivel que
el resto de las casillas
Miró hacia la
puerta de entrada y vio a dos tipos, que había conocido oportunamente, y se metió
por una ventana que no cerraba adecuadamente y que abrió con facilidad.
Caminó
silenciosamente hasta el dormitorio. Allí roncaba plácidamente al que le decían
el jefe y controlaba el movimiento delictivo de la villa.
Lo despertó con una
sonrisa. El caño del revólver, que el mismo le había vendido, a la altura de la
nariz.
El gordo tardó un
instante pero rápidamente comprendió. Lo miró como quien mira a un insecto. Él
era el mandamás y este taradito lo iba a pagar muy caro.
Te lo había
advertido. Te dije no te pases de la raya y mucho menos con la cana. Ahora no
te creas muy macho amenazándome porque esto fue lo último que hiciste, y no
digas que no te lo avisé. ¡Pelotudo!
El flaco con la
otra mano se rascó la nariz achatada. Luego tomo una almohada se la apoyo en la
cara al gordo, que manoteó en el aire tratando de gritar llamando a sus
guardianes, y sin hesitar le disparó un tiro que apenas si sonó como uno más de
los que se oían en la villa, perdido en la noche.
El tipo hizo una
serie de movimientos espasmódicos y finalmente se quedó quieto. Le quitó la
almohada. El tiro le había entrado a la altura de una ceja.
El flaco lo miró con lástima. Te podes equivocar una vez
viejito, ¿Pero dos? No… conmigo no.
Volvió a salir por
donde había entrado y se dirigió tranquilamente a su casilla. Su mujer lo
esperaba en la cama. Sacó el fajo de billetes y lo agitó en el aire. Se quitó
la ropa y se acostó.
Apagó la luz y
mientras lo hacía exclamo: ¡Que linda que es la vida!
La noche cerrada
sobre la villa dejaba ver el reflejo de la luna sobre las chapas. Unos
nubarrones la fueron cubriendo como si quisieran ocultarla y una fina llovizna
comenzó a caer sobre la dormida ciudad.
Alberto O. Colonna
Agosto de 2012
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