Según cuenta la leyenda la flor del ceibo nació cuando Anahí fue condenada a morir en la hoguera, después de un cruento combate entre su tribu y los guaraníes. La historia es así:
Por entre los árboles de la selva nativa corría Anahí. Conocía todos los rincones de la espesura, todos los pájaros que la poblaban, todas las flores. Amaba con pasión aquel suelo feraz, silvestre, que bañaban las aguas oscuras del río barroso. Y Anahí cantaba feliz en sus bosques, con una voz dulcísima, en tanto callaban los pájaros para escucharla. Subía al cielo la voz de la indiecita, y el rumor del río que iba a perderse en las islas hasta desembocar en el ancho estuario, la acompañaba. Nadie recordaba entonces que Anahí tenía un rostro poco agraciado, tanta era la belleza de su canto.
Pero un día resonó en la selva un rumor más violento que el del río, más poderoso que el de las cataratas que allá hacia el norte estremecían el aire. Retumbó en la espesura el ruido de las armas y hombres extraños de piel blanca remontaron las aguas y se internaron en la selva. La tribu de Anahí se defendió contra los invasores. Ella, junto a los suyos, luchó como el más bravo.
Nadie hubiera sospechado tanta fiereza en su cuerpecito moreno, tan pequeño. Vio caer a sus seres queridos y esto le dio fuerzas para seguir luchando, para tratar de impedir que aquellos extranjeros se adueñaran de su selva, de sus pájaros, de su río.
Un día, en el momento en que Anahí se disponía a volver a su refugio, fue apresada por dos soldados enemigos. Inútiles fueron sus esfuerzos por librarse aunque era ágil. La llevaron al campamento y la ataron a un poste, para impedir que huyera. Pero Anahí, con maña natural, rompió sus ligaduras, y valiéndose de la oscuridad de la noche, logró dar muerte al centinela. Después intentó buscar un escondite entre sus árboles amados, pero no pudo llegar muy lejos. Sus enemigos la persiguieron y la pequeña Anahí volvió a caer en sus manos.
La juzgaron con severidad: Anahí, culpable de haber matado a un soldado, debía morir en la hoguera. Y la sentencia se cumplió. La indiecita fue atada a un árbol de anchas hojas y a sus pies apilaron leña, a la que dieron fuego. Las llamas subieron rápidamente envolviendo el tronco del árbol y el frágil cuerpo de Anahí, que pareció también una roja llamarada.
Ante el asombro de los que contemplaban la escena, Anahí comenzó de pronto a cantar. Era como una invocación a su selva, a su tierra, a la que entregaba su corazón antes de morir. Su voz dulcísima estremeció a la noche, y la luz del nuevo día pareció responder a su llamado.
Con los primeros rayos del sol, se apagaron las llamas que envolvían a Anahí. Entonces, los rudos soldados que la habían sentenciado quedaron mudos y paralizados. El cuerpo moreno de la indiecita se había transformado en un manojo de flores, rojas como las llamas que la envolvieron, hermosas como no había sido nunca la pequeña, maravillosas como su corazón apasionadamente enamorado de su tierra, adornando el árbol que la había sostenido.
Así nació el ceibo, la rara flor encarnada que ilumina los bosques de la mesopotamia argentina. La flor del ceibo que encarna el alma pura y altiva de una raza que ya no existe.
Fue declarada Flor Nacional Argentina, por Decreto N°138.974 del 2 de diciembre de 1942. Su color rojo escarlata es el símbolo de la fecundidad de nuestro país.
[Extraído del sitio del Consulado de la República Argentina ]
Pero el ceibo tiene una trascendencia en mi vida de una manera muy particular. En la ciudad de Tres Arroyos, había, en la plaza, un ceibo muy parecido al de la primera foto. En un concurso de manchas, en el que participé, lo tomé como modelo y con esa pintura fue que gané por primera vez un premio, por supuesto, en mi categoría.
Pero, resulta, que hay otra historia más graciosa. Mi padre hacía, para ganar unos pesos extras, las láminas que las maestras tenían que presentar para dar sus clases. Viene una de ellas, a mi casa, y le dice a mi padre que necesita que pinte un ceibo, ya que es nuestra flor nacional. Yo estaba presente y presté atención al detalle.
Al día siguiente voy a clases y la maestra reparte unas figuritas para que hagamos una oración basándonos en ella. Y justamente a mi me toca un ceibo. Ahí nomás escribo: El ceibo es nuestra flor nacional. La sorpresa de mi maestra fue increible, se lo mostró a todo el mundo y fue la primera vez que tuve un 10 felicitado en mi cuaderno.
ES precioso saber los orígenes de las cosas!
ResponderEliminarSin duda una bella flor y aún más hermosa historia!
Un abrazo!
Una historia muy conocida en nuestra infsncia. Siempre me gusto mucho. Vos que sos habitue de youtube te propongo que busques la música y la subas.
ResponderEliminarHermosa leyenda! La conozco desde niña. Es una flor hermosa y se puede ver con frecuencia en nuestros parques. Saludos =)
ResponderEliminarCorazón historia conmovedora, gracias por compartir.
ResponderEliminarEn luz y amor
Cyn
gracias por vuestros comentarios. es cierto que es una leyenda harto conocida pero no tal vez para los más jóvenes y mucho menos para aquellos que no son de nuestra tierra. supongo que los uruguayos, que también la tienen como flor nacional, deben conocer la historia. pero además como habréis visto es algo muy ligado a mi vida. En otro post les contaré del ceibo que adornaba el patio del colegio de mi hijo, enorme, imponente con sus flores rojas a pleno, y que lo acompañó, y nos acompaño, desde sus tres añitos hasta los 17 en que termino su secundario. algo que no se olvida. Gracias a todos por tomarse el trabajo de leerme, me hace muy feliz.
ResponderEliminarMuy hermosa leyenda..La belleza y la fragilidad prevaleciendo a la ruda fuerza. Gracias por compartirla
ResponderEliminarQue interesante y bonito tu relato, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarVolveré para comentarte más cositas.
Un besote